Al final de una tarde entera con Shanta Adhikary Ghimire (que se pronuncia Adhikaari Ghimirey), una niñera Nepalí de 45 años en Jersey City, una sola imagen de ella permaneció en mi mente. Mientras la entrevista llegaba a su final, ella desapareció un momento a su dormitorio, y reapareció, vestida con un atuendo nuevo: un sari naranja brillante y una blusa de encaje bordada, con un collar a juego. Mientras el sol poniente entraba a raudales a su pequeña sala, ella entró, presentándose para más fotografías. Esto fue inesperado, pero no sorprendente. Shanta Ghimire no tiene falsa modestia. Hace solo unas horas, se sentó en el borde del sofá y confesó sentirse nerviosa. Fue imposible no darse cuenta del eco de la transformación cuando ella se cambió del sencillo salwar kameez que llevaba esa mañana, a su mejor ropa, y la espontaneidad y confianza que esto reveló.
Creciendo en la aldea de Lamjung, lo que queda a un viaje en tren de la noche a la mañana desde Katmandú, la capital de Nepal, Shanta nunca se espero que viniese a los Estados Unidos. Creció en una familia que producía arroz. A través de un programa de formación de maestros administrado por el gobierno, ella calificó para enseñar en la escuela de su aldea, y enseñó Nepalí a alumnos de primero a quinto grado durante 13 años. Su esposo, Surya Prasad, enseñaba inglés. Durante un viaje a Katmandú, él solicitó una visa de diversidad a los Estados Unidos, también conocida como lotería de visas, un programa que hace visas de inmigrantes disponibles para una selección aleatoria de personas con bajas tasas de inmigración. La idea de ganar una visa a los Estados Unidos era tan remota, que su esposo no incluye el nombre de sus dos hijos cuando completo el formulario de solicitud. Shanta dice que fue algo que hizo de improviso, sin imaginar que ganarían. Dos años más tarde, en el 2008, el único teléfono en la aldea sonó con un mensaje de su hermana en Katmandú; había llegado la primera carta anunciando su selección.
“Una vez le pregunté a mi empleador si podía darme más comida, que tenía hambre, y se enojó. “¿Cuánto vas a comer?”
“Estaba muy emocionada cuando me enteré de la noticia. ¡América para mi significaba suerte!” Su cara le brillaba mientras contaba esta historia. Ella llegó con su esposo a Atlanta en el 2008, dejando a sus hijos al cuidado de su hermana. Se quedaron con un amigo de la familia, y la pareja comenzó a trabajar en Qdoba, una cadena de restaurantes de comida rápida, lavando platos y limpiando.
“Fue muy difícil,” recuerda. El trabajo no tenía sentido. Por sugerencia de una amiga cercana la cual era niñera en Nueva York, la pareja se mudo a Hicksville, Long Island, donde
Shanta se puso en contacto con una agencia. Fue contratada como niñera interna, para cuidar de un niño pequeño y un bebe. Estaba tan nerviosa por su nuevo trabajo y el estilo de vida, que llevó a su esposo a visitar a la familia con la cual viviría. El comenzó a trabajar en una gasolinera y durante la mayor parte de los siguientes tres años solo se veían los fines de semana. Los ojos de Shanta se llenan de lágrimas cuando habla de sus primeros meses en su trabajo. Su salario era bajo y el aislamiento de no tener contacto con su comunidad fue devastador. Ella era encargada de realizar todas las tareas del hogar y de cocinar. Sus empleadores, una pareja joven y trabajadora, cenaban a veces a las 10 de la noche.
Se esperaba que ella lavara los platos y limpiara después de ellos, a menudo se quedaba dormida después de las 11 y se levantaba a las 6 de la mañana para atender al bebe. Aunque la familia era del subcontinente indio, ella era tímida con ellos. “Nunca tuve el hábito de tomar la comida que quisiese, comía un Roti (pan). Una vez le pregunté a mi empleador si podía darme más comida, que tenía hambre, y se enojó. “¿Cuánto vas a comer?” Preguntó” Shanta le dijo a su esposo lo mal que estaba, pero él la animó a regresar.
“Aquí en Estados Unidos tienes que pedir lo que quieres. Nadie iba a abrir la nevera con amor y darme la comida que necesitaba.”
Durante una visita a un templo hindú en Jackson Heights, Shanta conoció a una amiga que le contó sobre Adhikaar, un grupo de defensa y derechos laborales Nepalí. En Adhikaar, ella conoció a Narbada Chetri, una trabajadora social. “Narbada didi (término cariñoso que significa hermana mayor) me dijo que aquí en Estados Unidos tienes que pedir lo que quieres. Nadie iba a abrir la nevera con amor y darme la comida que necesitaba,” explica Shanta. Ese fin de semana, regreso al trabajo, preparada para expresar sus quejas ante su empleador. Su voz tiembla mientras cuenta la historia. Ella iba hambrienta, dijo, y necesitaba un aumento de sueldo. Al principio la mujer se negó. Pero cuando Shanta le dijo que tendría que buscar otro trabajo, ella cedió. Shanta podía comer lo que quisiera, cuando ella quisiera. Le dieron un aumento y su empleador incluso pagó una porción del boleto de Shanta a Nepal durante su primera visita para ver a sus hijos en 2010.
Las actitudes hacia las trabajadoras domésticas, las mucamas, y hacia la clase trabajadora en general, están arraigadas en la cultura del subcontinente indio. Influenciado por las jerarquías establecidas hace siglos atrás por el sistema de castas, donde las clases académicas y sacerdotales estaban en la cima y los trabajadores que realizaban tareas domésticas quedaban abajo, la relación entre empleado y empleador pueden llegar a ser explotadoras. Al crecer en la India en los 80 y los 90, mi familia de clase media alta, como todas las que conocía, contrataban mujeres para limpiar nuestras casas y lavar nuestra ropa.
Estaba claro para mi, desde niña, que las mujeres que trabajaban en nuestras casas y escuelas “conocían su lugar.” Así que no es de sorprenderse que incluso Shanta, a pesar de sus años como maestra de escuela, se sometiera a tal mal trato como si fuera correspondida, hasta que Adhikaar le señalará sus derechos.
Desde la intervención de Adhikaar y el empoderamiento que la acompañó, la experiencia de Shanta con sus empleadores ha sido positiva. Ahora tiene un bono anual y vacaciones pagadas. Durante un lapso de once años, ha trabajado para tres familias, todas de origen hindú, pasando de 3-4 años con cada una. Ya no es una ninera interna, pero viaja Weehawken, donde cuida a dos niños a los que ama. Durante un viaje de tres meses a Nepal en el 2019, su actual empleador la llamó y le preguntó si podía regresar un mes antes porque su hijo de un año se negaba a comer. Cabe recalcar que si viene este tipo de solicitud de un empleador podría ser inaceptable en ciertas culturas laborales, Shanta no se ofendió. La solicitud de su empleador indicó cuando la valoran.
“No nos hablan mucho de cuánto están pagando por la universidad”, dice Shanta. “Saben que no podemos pagarlo.”
En Adhikaar, Shanta se calificó para ser niñera, tomó clases de habla inglesa, y aprendió resucitación cardiopulmonar. Ha participado en protestas y activismo, visitando Albany como parte de los esfuerzos para presionar a favor de la Declaración de Derechos de las Trabajadoras Domésticas que se aprobó en el estado de Nueva York en el 2010, un meta en los derechos laborales la cual Adhikaar trabajo para impulsar. Hoy, Shanta sigue en contacto con la organización que la ayudó a extender sus alas. Adhikaar la seleccionó para ser una de las cuatro trabajadoras para dirigir su comité de dirección en Nueva Jersey que supervisa los esfuerzos para aprobar una legislación similar en el estado.
Los hijos de Shanta tenían 12 y 8 años cuando ella dejó Nepal. Ella y su esposo pagaron para que ellos asistieran a una escuela de habla inglesa en Katmandú. En el 2013, los niños pudieron reunirse con sus padres en los Estados Unidos, y la familia se mudo a Jersey City. El cambio fue difícil al principio, pero fue de mucha ayuda que sus hijos ya sabían inglés, dice Shanta. Su esposo ahora maneja un taxi en la ciudad de Nueva York, su hija se ha transferido a la Universidad de Rutgers en Newark desde Hudson Community College, y su hijo asiste al Instituto de Tecnología de Nueva Jersey (NJIT). Ambos niños trabajan para apoyar sus estudios.
“No nos hablan mucho de cuánto están pagando por la universidad”, dice Shanta. “Saben que no podemos pagarlo.” Como muchos inmigrantes del sur de Asia, Shanta y su esposo están en contra de los préstamos; no han solicitado préstamos para la educación de sus hijos.
“Mi corazón no está aquí en América. Yo quiero regresar.”
Con la ayuda de un ‘navegador de salud’ en Adhikaar, Shanta y su esposo calificaron para un seguro médico patrocinado por el estado poco después de su llegada a Nueva York en 2008. Sin embargo, el año pasado, un ligero aumento en los ingresos de su esposo causó que su plan comunitario fuera interrumpido. Como gran parte de la población trabajadora de Nueva Jersey, la familia no tiene el lujo de comprarse un seguro de salud médico, y actualmente no tienen cobertura. A pesar de su capacidad, a Shanta le cuesta aceptar que esto les suceda. Saca su tarjeta de seguro médico vencido esperando que pudiera ofrecerle una solución.
“Mi corazón no está aquí en Estados Unidos,” admite, bajando la voz, como si la idea no fuera real para ella. “Yo quiero regresar.” La pareja ahora son dueños de una casa en Katmandú, donde sueñan regresar cuando se jubilen. En Jersey City, la vista desde su sala es un estacionamiento lleno de baches. En el extremo más alejado se encuentra un gran edificio gris que alberga el supermercado latino donde compra alimentos. “Nepal es muy, muy hermoso.” Añade, hablando en inglés. “Hay montañas…”, su voz se apaga.
“Estoy orgullosa que todos aquí saben quién es Shanta.”
Cuando Shanta llegó por primera vez a los Estados Unidos, extrañaba terriblemente a sus hijos. “No hablaba de eso,” dice, “En cambio, decidí contar mi historia, sobre mis dos mundos en América y Nepal.” Publicó su primer libro de poesía, Samudra Pariko Maya, en el 2010. Con una traducción aproximada de “Al otro lado del océano.” Dos colecciones más de poesía, cuyos títulos se traducen a “Corazón de Exilio” y “Fruto de mi Trabajo” le han dado la oportunidad de tener un lugar en la comunidad literaria Nepalí. También es compositora, lo dice con una sonrisa. A sus letras se les ha puesto música y me muestra un CD con su nombre, al lado de artistas nepaleses. “Estoy orgullosa,” dice felizmente, “De que todos aquí sepan quien es Shanta. Por mi escritura, por mis libros. Pregunten aquí, pregunten en Nepal, ellos saben quien soy.”
Desde sus primeros días como niñera que no sabía inglés y le daba miedo hablar por sí misma, Shanta se ha convertido en una defensora de las trabajadoras domésticas en la comunidad Nepalí. Y en los largos viajes de ida y vuelta desde su casa a faldas del Himalaya hasta los barrios poblados de gente trabajadora en Jersey City donde ahora vive con su familia, ha encontrado su voz como artista y poeta.
Shanta se prepara para la adoración (puja) un domingo por la mañana. Shanta realiza puja en el altar familiar en su sala de estar.
La gente conoce a Shanta por más que su escritura. En su sala de estar, pintoresca y llena de decoraciones brillantes, llena de estatuillas de dioses hindúes y un altar donde alaba por las mañanas, y un rincón que está dedicado a certificados enmarcados y reconocimientos. Revelan a una mujer que se acerca a su comunidad, como coordinadora de mujeres de la Asociación Nepalí de No-Residentes y como tesorera de la sección de Nueva York de la Sociedad Literaria Nepalí, solo por nombrar algunas. Ella también sirve como recurso para niñeras nepalíes, la cual las conecta con clientes que la contactan a través de sitios web donde Shanta está registrada como cuidadora. Se ríe cuando me dice que sus referencias en línea son tan buenas, que la gente cree en su palabra.
En una reunión de divulgación para la Alianza Nacional de Trabajadoras del Hogar… …con miembros de Adhikaar.
“Me pueden decir que me vaya en dos días, como también pueden volver a llamarme. No hay leyes que nos den seguridad.”
Un par de semanas después de hablar, Shanta fue facilitadora en un evento de divulgación organizado por Adhikaar. El evento, el cual se llevó a cabo a las afueras de Patel Brother, un supermercado hindú en la ciudad de Jersey City, tuvo como objetivo educar a los trabajadores nepalíes sobre la nueva ley que aumenta el salario mínimo en Nueva Jersey a $10. Sin embargo, cuando le pregunté cómo se siente hacia el trabajo doméstico, su entusiasmo decae. “Me gusta, pero puede cambiar en cualquier momento. Me pueden decir que me vaya en dos días, como también pueden volver a llamarme. No hay leyes que nos den seguridad.” Se apago la luz que le brillaba al hablar sobre su escritura y trabajo comunitario. También se ha ido su alegría. Mueve negativamente su cabeza.
La historia de Shanta es parte de una serie de Newest Americans para el proyecto 37 Voices, una iniciativa que combina el periodismo, la historia oral, la investigación, y el teatro para cambiar la narrativa de la vulnerabilidad económica en Nueva Jersey, uno de los estados de mayor costo del país.