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Mirian Mijangos

Una trabajadora doméstica de Guatemala describe sus experiencias encontrando trabajo en New Jersey.

Project Credits and Info

Palabras:

Mary Ann Koruth es la directora de programas de humanidades digitales y miembro del equipo Newest Americans.

Visuales:

Ed Kashi es cofundador y colaborador principal de Newest Americans.

Los ensayos fotográficos fueron posibles gracias a una subvención del Fondo de Noticias e Información de Nueva Jersey, una asociación de la Fundación Comunitaria de Nueva Jersey, la Fundación Geraldine R. Dodge y la Fundación Knight.


Este proyecto ha sido posible en parte gracias a una importante subvención del National Endowment for the Humanities: Explorando el esfuerzo humano y con el apoyo de la Fundación Geraldine R. Dodge.

 

Mirian Mijangos

Una trabajadora doméstica de Guatemala describe sus experiencias encontrando trabajo en New Jersey.

…la pudieron haber matado si hubiera llevado al padre de sus hijos a corte en  Guatemala.

Mirian Mijangos se eleva sobre la pequeña sala de estar en la casa gris, la cual comparte  con su hermana, ubicada en Freehold, New Jersey. Con un vestido blanco y negro y zapatos  rojos abiertos, esta serena, incluso radiante, mientras se sienta en una silla y relata sus  experiencias como trabajadora domestica guatemalteca. 

Cuando llegó a Atlanta en el 2008, anteriormente, solo había estado en los Estados  Unidos una vez, acompañado a su hijo el cual tenía 8 o 9 años en ese momento, y venía a una  carrera de bicicletas BMX en California. Sin embargo, esta vez, estaba sola y escapaba de un  marido abusivo.  

“Tenía mucho miedo.” Su voz todavía infantil a los 49 años se quebrantaba mientras  nos contaba que podría haber sido asesinada si llevaba al padre de sus hijos a la corte en  Guatemala. Incluso cuando aterrizó en Atlanta estaba asustada que alguna persona la pudiera  reconocer. “Intente taparme la cara con mi pelo para esconderme,” dice Mirian, con una sonrisa  algo avergonzada. Desde Atlanta, Mirian voló a Nueva Jersey, donde su novio había hecho  arreglos para que trabajara con él en una granja de caballos en New Egypt, en el condado de  Ocean. 

Los dueños de la granja criaban caballos de carreras y Mirian consiguió el  trabajo debido a su experiencia trabajando con animales en la granja de sus padres en Santa  Rosa, Ishuatan, donde, Mirian era una de las 6 niñas y 8 niños. En la granja, Mirian trabajo con  caballos, vacas, y gallinas.  

“Todos los animales tenían un nombre… Me gustaban los caballos,” recuerda. Algunas  veces a la semana, los niños iban a la escuela a caballo, los hermanos mayores elevaban a los  más jóvenes a sus sillines, y siempre viajaban juntos por seguridad. Era solo una niña cuando  se le confió a ella y a su hermana mayor, Audi, los caballos más salvajes de su padre. 

Un día, el caballo que montaba se desbocó. Audi le gritó que se agarrara de un árbol  mientras cabalgaba debajo de él en el caballo. Mirian se ríe alegremente mientras describe la  experiencia de ella colgada de una rama con ambas manos, sus piernas colgando en el aire,  viendo a su caballo alejarse. Su infancia, dice, “fue extraordinaria y maravillosa.” Años

Después, Audi se unió a Mirian en la granja de caballos en New Egypt, haciendo un trabajo que  amaban, aunque las hermanas difícilmente podrían haber imaginado un mundo más hostil.  

“Yo sabía que, si la pata del caballo me hubiera golpeado en la cabeza, esta historia  tendría otro final.”

En New Egypt, Mirian fue dada la labor de ejercitar a los caballos. Ella trabajaba nueve  horas al día, salía corriendo a los establos a las cinco de la mañana y tomaba su primer descanso  y comida por la tarde. Ella limpiaba la casa de los dueños una vez a la semana. El capataz de  la granja notó la facilidad de Mirian con los caballos y la trasladó a una mejor posición. Ahora  era la responsable de domesticar a los caballos más jóvenes y juguetones, una medida que  provocó celos entre los demás trabajadores latinoamericanos.  

Un día, un caballo que por lo general solía ser juguetón, la pateó en la pierna. Ella se  cayó y no pudo levantarse del dolor. Fue un momento de parálisis y terror. Los rostros de sus  hijos aparecieron ante sus ojos. “Yo sabía que, si la pata del caballo me hubiera golpeado en la  cabeza, esta historia tendría otro final.” Nadie acudió a su ayuda, hasta que un compañero de  trabajo guatemalteco la ayudó a levantarse y llamó a los gerentes. 

A pesar de sus reiteradas súplicas pidiendo una ambulancia, se le dijo a Mirian que no  tenía derecho a una. Audi se enteró del accidente, pero los gerentes se negaron a dejarla ir a  ayudar a su hermana y le dijeron que continuará trabajando hasta que su turno terminara. El  novio de Mirian trabajaba en los turnos por la noche, y no fue hasta que alguien lo despertó 

que pudieron encontrar a una mujer la cual estaba dispuesta a llevarla al hospital local.

  En las semanas siguientes, la herida en su pierna se infectó, y no podía caminar. Su  próxima visita al hospital duró tres días, los cuales fueron dedicados a limpiar la herida. Los  propietarios de la granja inicialmente negaron que ella trabajaba para ellos, por lo tanto, el  hospital no podía cubrir a Mirian con el seguro de compensación del trabajador. Mirian tenía  claro que ella importaba en la granja solo mientras fuera capaz de trabajar y fuerte. El accidente  la había convertido en un riesgo para los propietarios de la granja y para ella misma.

Mirian Mijangos

“El dueño de la granja me estaba buscando.”

Ella comienza a llorar cuando recuerda lo que finalmente la hizo irse, “El dueño de la  granja me andaba buscando.” Su novio fue llamado a la “casa grande” y le preguntaron que  dónde estaba Mirian. El les dijo que ella se había ido. Mirian se había escondido detrás de una  puerta mientras hombres armados entraron a su casa móvil buscándola. Esa noche, después del  anochecer, con un amigo vigilando, Mirian huyó de la granja. Un amigo le contó sobre una  organización que ayuda a inmigrantes donde conoció a Rita Dentino, la directora de Casa  Freehold. 

“No puedo dormir. No puedo comer. Necesito que una persona esté aquí durante el día.”

Mirian tardó casi un año en recuperar su salud; un abogado de Casa Freehold pudo  asegurar la cobertura de sus gastos médicos a través de la compensación del trabajador. Sin  embargo, la situación seguía siendo delicada; aunque necesitaba recibir tratamiento para su  herida y sus complicaciones, Mirian se seguía preocupando por su seguridad a manos de sus  antiguos empleadores. Le preocupaba que la localizaron y le enviaran de regreso a Guatemala  por temor a exponer sus prácticas de contratación.  

Su decisión de convertirse en una trabajadora doméstica surgió de su desesperada  situación y de la experiencia que había adquirido limpiando la “casa grande” de la granja. Su  primer puesto, como asistente de salud interna, parecía bastante prometedor. Fue contratada  para cuidar de un hombre de 83 años en su casa ubicada en Colts Neck, Nueva Jersey. Aunque  el trabajo fue adquirido a través de la Casa Freehold, tanto Mirian como Rita se sorprendieron  al descubrir que el anciano vivía con su esposa, la cual estaba en una silla de ruedas, por lo  tanto, Mirian sería responsable de ambos.  

Lo que Mirian vivió a continuación habla del fracaso de las leyes laborales federales  para brindar a los trabajadores domésticos los mismos derechos humanos que los demás trabajadores: derechos que los protegen del acoso sexual y discriminación racial. Salvo en unos  pocos estados, el trabajo doméstico es el único trabajo en los Estados Unidos hoy en día, que  no está protegido por esta disposición. 

Mirian fue contratada por el hijo mayor del señor y empezó a trabajar por las noches,  llegaba a las cuatro de la tarde y se iba a las nueve de la mañana siguiente. La asistente que  trabajaba por las mañanas renunció poco después de que Mirian empezará a trabajar ahí, y su  empleador, el cual vivía en la casa frente a la de sus padres, le pidió que trabajara durante las  mañanas también, hasta que encontraran un reemplazo. 

El hombre al cual Mirian cuidaba se volvió abusivo, y acosaba sexualmente a la  hermana de Mirian cuando ella la visitaba. Ella le dio la queja al hijo del señor, el cual se negó  a creerle. Mirian comenzó a perder el sueño, temiendo ser agredida por la noche. Aunque ella  le servía la comida a la pareja mayor, a ellos les molestaba compartir su comida con ella. Un  día, el hombre comenzó a perseguir a Mirian por la habitación, tratando de golpearla con un  palo. Cuando Mirian lo esquivo, él le arrojó una licuadora. Ella sacó su teléfono y le grabó para  tener evidencia. Se acercó a la esposa de su empleador con el video, y le dijo, “No puedo dormir. No puedo comer. Necesito que una persona esté aquí durante el día.” La mujer, la cual  era cubana, le dijo, “Por eso contratamos mujeres latinas.”

Si Mirian hubiera estado asociada con otra agencia, se habrían incorporado  protecciones contra tales demandas en su contrato, lo que le habría ordenado un mejor  salario y un mejor trato.

Algunas semanas después de que el hombre intentara golpear a Mirian, ella volvió a  enfermarse gravemente de presión arterial alta y la falta de sueño. Dejó el trabajo y comenzó a  cuidar de bebés gemelos recién nacidos, dos días a la semana y durante la noche. Su salario  subió de cuatro dólares la hora, a doce dólares la hora, aunque solo fue cuestión de tiempo antes  de que su nuevo empleador empezará a negociar un salario más bajo a cambio de más horas de  trabajo. 

Tuvo otro puesto de asistente de salud interna, pero duró menos de una semana. Una  vez más, fue contratada por el hijo de la paciente, pero la anciana con la cual vivía se negaba a  permitir que Mirian cocinara para ella misma, e insistió en que mantuviera su comida (frutas  frescas y semillas que había traído de casa) afuera de la puerta principal, en una mesa.  

A la mujer le molestaba el tiempo libre de Mirian después del trabajo. Por la noche,  cuando Mirian intentaba hacer algo por sí misma, como estudiar inglés, ella le pedía que le  masajeara los pies. Si Mirian hubiera estado asociada con otra agencia, se habrían incorporado  protecciones contra tales demandas en su contrato, lo que le habría ordenado un mejor salario  y trato.  

Desde entonces, Mirian ha retomado el cuidado de los gemelos y la limpieza de hogares  en la comunidad judía jasídica en Lakewood. No ha vuelto a trabajar como asistente de salud.  Para complementar sus ingresos, limpia un salón de belleza y cuida a los niños de su vecindario.

“Una de las cosas más importantes fue el amor con el que me recibieron. Tenía miedo,  ahora me siento protegida.”

Y en agradecimiento por el apoyo que le brinda Casa Freehold, forma parte de su junta directiva y realiza labores de divulgación con los jornaleros de la zona, asesorandolos sobre  sus derechos. ¿Qué ha hecho Casa Freehold por ella? “Muchísimo…Muchísimo”, dice  sollozando. Hay risas cuando hace un gesto hacia Rita Dentino, la cual se une a la entrevista.  “Una de las cosas más importantes fue el amor con el que me recibieron. Tenía miedo, ahora  me siento protegida. La otra cosa fue la lucha por mi salud. Fue larga y dura, y luchamos  juntas.”

“Lo que he aprendido es que no puedes quedarte callado. Tienes que hablar.

“Lo que he aprendido es que no puedes quedarte callado. Tienes que hablar. Tienes que unir fuerzas con otras mujeres.” Mirian sueña con abrir un restaurante caribeño-Latino en  Freehold, con sus hermanas y amigos. Están a punto de firmar un contrato de arrendamiento.  Se alegra que su hijo, ahora joven, esté en Freehold con ella. Gracias a dios, dice, “Gracias a Dios,” frase que ha repetido durante nuestra conversación, porque “No hay seguridad para un  niño en Guatemala.” Cuando puede, envía dinero a su hija y a sus padres, los cuales siguen  allá. Me voy de su casa, deseándole lo mejor. Terminamos con la entrevista porque tiene una  ceremonia de graduación a la cuál va a asistir. Su sobrino ha terminado la escuela secundaria  en Freehold. 

Ella ha conocido la frialdad – el hombre abusivo al cual finalmente encontró el valor para dejarlo – por lo tanto, esta es una historia que ella está lista para contar.

Mientras conduzco por el vecindario de Mirian, me encuentro con pequeñas casas con bonitos parches de césped, y me imagino a una niña de 15 años a caballo. Sus hermanos y hermanas están a su lado, algunos en sus propios caballos. Algunos comparten montura. Hay  14 niños y niñas en total, tomando la carretera frente a la granja de sus padres. A raíz de su  salida hay una nube de polvo que oscurece, momentáneamente, los exuberantes huertos frutales  de sus padres: hileras de árboles de plátano con sus hojas anchas y relucientes, el fruto de la  natilla que cae sobre las ramas, y las plantas de piña, derramándose alrededor de coronas  amarillas maduras. 

Ahora la niña se ha convertido en una mujer y tiene el porte de un jinete, majestuoso y  alto, mientras espera en el aeropuerto de Atlanta para ser entrevistada. Detrás de ella, una línea  de aviones ruge y se alista para despegar. Los funcionarios estadounidenses uniformados que  la entrevistan son amables, pero desconfiados. Sus pensamientos la llevan a los dos niños que  ha dejado atrás, pero permanece alerta. Ella está hoy aquí por su propio bien. Ella responde sus  preguntas en un tono suave. Ella ha conocido la frialdad- el hombre abusivo al cual finalmente  encontró el valor para dejarlo- por lo tanto, esta es una historia que ella está lista para contar.  

Pero también ha conocido la belleza. Y la velocidad. Estos también son de ella. Estas  son sus historias, el armamento de su memoria. Gracias a Dios. Esta es su riqueza.

La historia de Mirian es parte de una serie de Newest Americans para el proyecto 37 Voices, una iniciativa que combina el periodismo, la historia oral, la investigación, y el teatro para cambiar la narrativa de la vulnerabilidad económica en Nueva Jersey, uno de los estados de mayor costo del país.