Maricela Bendito de 33 años vino a los Estados Unidos en 1999 de Puebla, México y empezó un servicio de limpieza, Limpieza de Casa Única en el 2012 el cual ahora emplea a 4 otras mujeres.
Cuando llegamos al humilde hogar de Maricela, cerca de la carretera y a menos de una milla de la Sinagoga local, Yom Kippur. Fuimos recibidos cortésmente por sus tres hijos, los cuales vestían sus mejores galas a pesar del cierre de las escuelas por el feriado. En su pequeña pero inmaculada cocina, había preparado café y galletas, las cuales estaban servidas en tazas y platillos que hacían juego. Me sentía reconfortado por lo familiar. Cuatro generaciones de mujeres de mi propia familia han realizado trabajo doméstico y han bienvenido a extraños en su casa de la misma manera.
“Yo limpio con amor,” explica Maricela y dice a sus trabajadoras que “limpien como si fuera su propia casa. Porque el trabajo habla por nosotros.” Durante los últimos tres años, Maricela ha dirigido una pequeña empresa de limpieza. Ser dueña de una pequeña empresa, con cuatro empleados, no la ha salvado de luchar financieramente. Como madre soltera, ella tiene que pagar todas las facturas sola y proveer un seguro de salud para sus tres hijos, un lujo que ella no puede tener, para poder llegar a fin de mes. “Solo los ricos se pueden dar el lujo de enfermarse aquí. Pero nosotros no.” Y por “nosotros,” se refiere a compañeros migrantes a los Estados Unidos.
“Somos, ante todo, seres humanos,” declara, “no somos esclavos.”
Maricela emigró a los Estados Unidos de Puebla, México en febrero de 1999. Puebla fue una vez el lugar de una victoria militar en 1862 sobre Francia, la cual representó la libertad de la dominación colonial. Cada año esa victoria es celebrada el cinco de mayo. Al menos en México. Mas de un siglo después, representó un lugar donde la madre de Maricela no vio futuro alguno para sus hijos, lo que la impulsó a viajar a los Estados Unidos en busca de uno.
A los 14 años, Maricela recuerda el resentimiento hacia su madre por haberla traído a un país extraño en el cual no se hablaba su idioma. Y obligándola a trabajar para poder pagar el dinero que les debían a las personas las cuales les ayudaron a cruzar la frontera. La madre de Maricela obtuvo un permiso de trabajo para su hija de 14 años el cual decía que tenía 18 años y le permitió trabajar en un almacén que alguna vez operó en North Bergen. Por 5.15 dólares la hora, se pasaba los días empacando perfumes para Liz Claiborne. “Éramos todas niñas menores las cuales trabajamos allí, era una cadena de producción donde éramos responsables de pegar letras.” Hasta el día de hoy, Maricela se acuerda de ese almacén cada vez que pasa por la sección de perfumes en una tienda departamental.
Mientras narra su historia, Maricela empieza a llorar al recordar a su madre a la cual perdió hace ocho años. Puede que aquel entonces haya tenido un resentimiento en contra de su madre, pero ahora, como madre, entiende lo que se necesita para asegurarse de que sus hijos puedan prosperar. Fueron sus propios hijos quienes la inspiraron a comenzar a hacer trabajo doméstico hace seis años. Ya no podía soportar despertar a sus hijos llorando a las 5 de la mañana para poder llegar a tiempo a su trabajo en el almacén.
Maricela habla de su trabajo con orgullo. Cada día ella tiende camas, lava los platos, limpia baños, dobla ropa, y de vez en cuando cuida de niños para varias familias de la zona, las cuales le llaman cariñosamente Marcie. “Ese es mi trabajo, el trabajo que pone comida en la mesa.” Me recuerda a los activistas de los trabajadores domésticos que conozco, los cuales constantemente reiteran que el trabajo doméstico es trabajo real, trabajo cualificado, y no es nada de lo que avergonzarse.
Maricela también argumenta que ella al igual que sus empleados son tratados con dignidad. “Ante todo, somos seres humanos,” declara, “no somos esclavos.” Ella, al igual que las mujeres con la cual trabaja, tienen una relación inestable con la ciudadanía estadounidense, a pesar de las supuestas protecciones que ofrece el programa de DACA, el cual le permitió empezar a conducir y obtener una licencia comercial. Su estatus migratorio, el cual bajo la actual administración puede ser quitado en cualquier momento. No impide que Maricela reclame sin miedo sus derechos como trabajadora. Por esta razón, ella sigue todas las reglas del negocio al pie de la letra. “Poco a poco, intento hacer las cosas de la manera adecuada porque me gusta contribuir a este país.”
Su trabajo también contribuye al éxito de otras familias inmigrantes. Ha trabajado para clientes judíos, paquistanies, brasileños, indios, chilenos, y jamaiquinos. Como resultado, Maricela ha recibido mucha educación cultural. Tiene bastante conocimiento en prácticas espirituales hindúes y musulmanas. Una de las muchas cosas que le gusta de su trabajo.
¿El inconveniente? “A veces esperan que hagamos magia.” Además de eso, sus clientes ocasionalmente se preocupan por su estatus migratorio. “Al final del día,” dice, “no están contratando a un Estadounidense. Están contratando a un inmigrante que va a limpiar su casa.”
“Estamos alzando nuestra voz para decir que ya no tenemos miedo, que queremos cambio, que queremos ser tratadas con dignidad.”
La defensa de Maricela va más allá de defenderse a sí misma y a sus empleados porque sabe que “sin la fuerza laboral inmigrante, este país no funciona.” Como organizadora, ella lucha por respeto, y lo más importante, por la protección permanente de los más de 11 millones de indocumentados en los Estados Unidos. Maricela dice que sin DACA, ella tendría que regresar a vivir en la sombra, lo cual está decidida a no volver a hacer. Por lo tanto, cuando no está trabajando, Maricela pasa su tiempo asistiendo a mítines y educando a las personas de su comunidad sobre los derechos que tienen si ICE llega a su puerta.
Maricela cree que la libertad está inextricablemente ligada al trabajo. Los inmigrantes, dice, ayudaron a hacer de este país lo que es y ese trabajo debe ser reconocido. “Deben saber que estamos alzando la voz para decir que ya no tenemos miedo, que queremos un cambio, que queremos ser tratados con dignidad.”
“Tenemos que enseñar a nuestros niños que ellos son ciudadanos con derechos, y que tienen que ejercer sus derechos.”
Y para aquellos que tienen el privilegio de la ciudadanía, como sus hijos, Maricela va de puerta en puerta y registra a la gente para votar. “Tenemos que enseñar a nuestros hijos que ellos son ciudadanos con derechos, y que tienen que ejercer sus derechos. Los días de esclavitud quedaron en el pasado.” Sin embargo, le preocupa que muchos en la comunidad Latinx se hayan vuelto complacientes. Esto, sin embargo, no le impide fantasear que sus bisnietos algún día voten por un presidente el cual comparte su herencia.
Mientras tanto, Maricela piensa mucho en su futuro, y cuando sus niños ya hayan crecido y estén en la universidad, y cuando ella esté demasiado mayor para subirse a los muebles o para fregar el piso de rodillas. Anhela que su compañía siga creciendo para no tener que preocuparse por esas cosas.
En ocasiones, ha contemplado retirarse en México, un país el cual alguna vez no tuvo futuro para su familia. Un país al cual ella no ha visitado en veinte años. Mientras tanto, Maricela ha dedicado su tiempo fuera del trabajo para asegurar la sostenibilidad de su comunidad aquí en los Estados Unidos. Como ella dice, “La unión trae fuerza.”
La historia de Maricela es parte de una serie de Newest Americans para el proyecto 37 Voices, una iniciativa que combina el periodismo, la historia oral, la investigación, y el teatro para cambiar la narrativa de la vulnerabilidad económica en Nueva Jersey, uno de los estados de mayor costo del país.