I. La Historia
Esa mañana de Octubre, un grupo de 58 personas, mujeres mayores en su mayoría, se reunió a las puertas de la Embajada de los Estados Unidos en México. Todas traían sus maletas consigo, muchas recién compradas, por lo que crujían con el frío de la mañana. Algunas de estas personas formadas en fila dejaron sus familias, pueblos, ranchos y animales 24 horas antes para llegar aquí.
Estaban todos notablemente nerviosos, hablando en Náhuatl, Mixteco y Español, a veces riendo, a veces con lágrimas en los ojos. La mayoría de las mujeres habían estado asistiendo a las reuniones semanales de su comité por al menos un año, y otras hasta por cinco años, para poder llegar a este día. En estas reuniones, aprendieron sobre Derechos Humanos y sobre las raíces de la migración, practicaron bailes tradicionales de sus pueblos, probaron las recetas de mole o pipián de sus compañeras, y tejieron canastas al estilo de sus abuelas.
Ellas deseaban recibir hoy la tan esperada noticia de que podrían viajar a los Estados Unidos. Todas estas mujeres tenían familiares y paisanos en los Estados Unidos, muchos de los cuales no habían visto en más de 15 años. Ellas se habían perdido la oportunidad de estar en sus bodas, de cuidar a los enfermos y llorar a los fallecidos junto con sus familiares, así como el nacimiento de los nuevos miembros. Ellas venían de comunidades que quedaron vacías de muchos de sus jóvenes, que sin trabajo para apoyar a sus familias y con ganas de ser parte del mundo, se vieron forzados a migrar.
Esta mañana, la Embajada de EEUU decidiría si les serían otorgadas visas para asistir al Festival Cultural NewYorkTlan, donde presentarían el trabajo que desarrollaron en México, y donde se reunirían con sus familiares.
A Justina le habían otorgado visa los dos años anteriores para asistir al NYTlan, y ella esperaba que este año no fuera diferente. Pero ella percibió que la entrevista estaba yendo mal. El agente de la embajada con el que se entrevistó esta vez no mostró interés en el Festival. Y estaba en lo correcto. El oficial le dijo que había sido negada.
Mariana, por el otro lado, vio al mismo oficial después de Justina. Se mostraron un poco más amigables, y a pesar de que había sido deportada años atrás, le otorgaron la visa.
La Asamblea Popular de Familias Migrantes (APOFAM) ha estado organizando eventos similares por los últimos cuatro años, y cerca del 80% de las visas solicitadas han sido otorgadas. Este año, los organizadores de APOFAM, junto con sus socios en la Universidad de Rutgers, habían planeado organizar un evento para reunir a las 58 mujeres con sus familiares el 13 de octubre. Pronto hubo señales de que este año sería diferente: la solicitud de entrevista para la visa con la Embajada de EEUU, usualmente rápida y sin complicaciones, fue inicialmente negada y tuvo que ser apelada, retrasando las entrevistas hasta dos días antes del evento.
Mientras las mujeres lloraban, 31 con alivio y 27 con pena, la aparente arbitrariedad de la negación de visas pareció a los organizadores particularmente cruel. No sólo el número de visas aprobadas fue el más bajo que nunca, sino que fueron decididas por capricho.
Mientras algunos organizadores de APOFAM y Rutgers, dibujaban la estrategia para apelar las decisiones, otros comenzaban la urgente tarea de comprar boletos para las mujeres que viajarían a los Estados Unidos la noche siguiente. Antes de que el vuelo despegara, necesitaban comprar boletos para las que obtuvieron la visa, presionar a la Embajada para que devolviera sus pasaportes sellados antes de las 5:00pm del día siguiente, y notificar a las sus familias que las mujeres obtuvieron el permiso y viajarían en el vuelo de las 7:00pm del día siguiente.
Para complicar aún más las cosas, el entrevistador en la Embajada no les dio el tiempo de validez de la visa: este pequeño detalle no lo sabrían hasta dos horas antes de abordar el vuelo.
Las mujeres a quienes la visa les fue negada tomarían sus maletas nuevas para regresar a casa.
II. Tres años para llegar a la fila.
Cecilia vive en San Jerónimo Xayacatlán, Puebla, una comunidad indígena localizada a 5 horas de la Ciudad de México. Ella normalmente se levanta a las 5 de la mañana para alimentar y limpiar a sus pollos y cerdos, y dedica el resto de la mañana para limpiar la casa. Esto lleva cada vez más tiempo: su casa creció de ser dos cuartos de carrizo y lodo, a una amplia construcción de dos pisos hecha de cemento y ladrillo, gracias al dinero que mandan sus cuatro hijos viviendo en los Estados Unidos.
Cecilia escuchó por primera vez sobre APOFAM por medio de su cuñada. Después de saber que había una organización que podría ayudarle a ver a sus hijos en EEUU, ella estaba emocionada y dudosa: ver a su familia era lo que más quería en el mundo, pero le preocupaba que este grupo, como otros, resultara algo diferente a lo prometido.
Cuando empezó a asistir a las reuniones en 2012, el grupo de 15 mujeres reflexionaron sobre sus fortalezas: qué era eso que tenían de valor para ofrecer al mundo? Ellas decidieron aprender las danzas tradicionales de Carnaval con la esperanza de poder presentarla en el NYTlan. Si bien conocía las danzas desde niñas, las cuáles eran principalmente representadas por hombres, ella estaba ahora emocionada de mostrar que las mujeres podrían hacerlo también.
El grupo también abrió un Programa Vespertino de Mixteco para niños. Cecilia creció hablando el idioma de sus padres, sus hijos ya no. En esta escuela promovían el respeto y el conocimiento de la cultura mixteca. Su estrategia: ofrecer a los estudiantes comida típica, al tiempo que aprendían la casi olvidada lengua mixteca.
Aparte de estas actividades comunitarias, el grupo estudia cómo navegar el complejo y burocrático papeleo necesario para aplicar por una visa estadounidense. Cecilia dejó la escuela a los diez años, y la idea de obtener un Acta de Nacimiento, muchas veces un proceso largo y complicado debido a fechas y nombres incorrectos, parecía imposible. Los organizadores de APOFAM, mayoritariamente jóvenes con educación universitaria, les muestran cómo podrían lograrlo.
APOFAM nació de un Proyecto llamado IIPSOCULTA: El Instituto de Investigación y Práctica Social y Cultural. Marco Castillo, Antropólogo mexicano del estado de Puebla, fundó la organización en 2001, inspirado por las ideas de lucha y autodeterminación de los Zapatistas. Comenzó trabajando en algunas de las comunidades más aisladas del centro de México, las cuales tenían gran parte de sus jóvenes trabajando en los Estados Unidos.
Después de vivir y trabajar en estas comunidades por varios años, resultó claro para Marco que la separación familiar por la migración era un problema cotidiano. La gente sufría de ansiedad, depresión, adicciones y otros padecimientos mentales debido sobre todo a la ausencia de miembros de la familia. Este estrés significaba que la gente estaba dispuesta a cualquier sacrificio para poder sumar los recursos que les permitieran reunificar a sus familias, incluyendo ahorrar todo el dinero recibido de los Estados Unidos o trabajando mucha horas por poca paga, o posponiendo atención médica.
IIPSOCULTA decidió atacar las causas de los impactos devastadores de la separación familiar con una doble estrategia. Primero, trabajaría para empoderar a las mujeres mayoritariamente indígenas en comunidades marginadas para mejorar sus vidas. Segundo, trabajaría para reunir familias luego de décadas de separación. Hoy, casi doscientas familias son parte de comités locales de la APOFAM en cuatro estados de México, y cerca de 100 de ellas se han reunido con sus familiares en los Estados Unidos. Cada comité local elije a líderes para participar en una Escuela Metodológica y seleccionan miembros para representarlos en el NewYorkTlan y viajar a los Estados Unidos.
Un mes atrás, Cecilia fue elegida por su grupo para viajar a los Estados Unidos por primera vez. Su grupo la eligió por su asistencia a los eventos y su liderazgo en la coordinación de la Escuela de Mixteco. Ella está muy emocionada de representar el baile preparado, vender las canastas que ella hizo con otras mujeres del grupo, y cocinar sus platillos y venderlos en el NewYorkTlan.
Ella también está muy emocionada de poder ver a sus hijos, tres de los cuales ya han tenido sus propios hijos que ahora conocerá. Cecilia fue la cuarta en la fila de la Embajada de los Estados Unidos – y a pesar de la cantidad de rechazos del día, ella es una de las afortunadas: su visa fue aprobada. Ella viajará a Nueva York, mañana para ver a su familia.
III. La Reunificación y la Visión
Poco después de las 9 de la mañana, el 13 de Octubre, 31 miembros de la APOFAM bajan de un autobús y entran al Edificio de la Escuela de Leyes de la Universidad de Rutgers-Newark. Adentro, un tal vez descomunal comité de bienvenida se reúne: familiares de las mujeres mexicanas, estudiantes de Rutgers, representantes de la administración, y otros coorganizadores como La Colmena, el Centro de Trabajadores de Staten Island que ha sido el socio de la APOFAM por años.
Esta reunión de poco más de 100 personas se forma alrededor de las filas de asientos del salón de clase de la Escuela de Leyes, aplaudiendo y llorando mientras las mujeres entran, vacilantes y a un paso que traiciona su edad, bajando al centro del salón donde sus familiares los están esperando.
Marco Castillo, fundador de IIPSOCULTA, y Atala Chávez, Coordinadora de APOFAM en México y Gonzalo Mercado, de La Colmena, trabajan juntos para presentar a cada familiar. Janice Gallagher, Profesora de Ciencias Políticas en Rutgers-Newark, traduce algunas de sus palabras al inglés para los estudiantes y administradores presentes.
Marco, Atala y Janice – los autores de los mensajes de Whatsapp – se conocieron hace cinco años en México. Todos ellos fueron parte de un movimiento social encabezado por familiares de víctimas de la violencia durante la guerra de drogas.
Este evento organizado por la APOFAM y el IIPSOCULTA responde a un tipo distinto de violencia – pero que los tres miran como igualmente devastadora de comunidades en los dos lados de la frontera-. Hasta ahora, el debate sobre la migración mexicana a los Estados Unidos ha estado dominado por el discurso cargado de odio y divisionismo, sobre las amenazas a la seguridad que representan los migrantes mexicanos para los trabajadores americanos.
“Queremos ver un sistema migratorio en los Estados Unidos que esté basado en la gran tradición americana de unidad familiar y seguridad humana.”
APOFAM es parte de un gran movimiento que se enfoca en poner a las familias Mexicanas y Estadounidenses en el centro de las relaciones entre estos dos países. Como el movimiento Santuario de los años 80, la reunificación familiar va más allá de mitigar las condiciones que viven los migrantes, o de buscar un cambio en la política. La reunificación familiar cambia la atención a la humanidad detrás de la demanda de derechos para todos los migrantes en los Estados Unidos, moviendo el debate fuera de la Seguridad Nacional para ponerlo en el centro del asunto migratorio: el amor de familia.
Para los organizadores, esta visión tiene implicaciones directas en la política migratoria. En palabras de IIPSOCULTA:
Queremos ver un sistema migratorio en los Estados Unidos que esté basado en la gran tradición americana de unidad familiar y seguridad humana. Ese sistema debe expresarse en el criterio que las oficinas consulares usan para decidir si dan o no documentos de viaje a individuos sin record criminal, con liderazgo comunitario probado, y con intereses y relaciones en ambos países, más allá de su ingreso, etnia, género o edad. Esto debería quedar establecido en los documentos que rigen el actuar del Departamento de Estado, sobre la base constitucional de justicia y democracia en los Estados Unidos
Como parte de este esfuerzo organizativo, APOFAM fundó la Red de Pueblos Trasnacionales como su espejo en los Estados Unidos. En este grupo, los familiares de la gente como Justina, Mariana y Cecilia, que viven en los Estados Unidos, han comenzado a reunirse para enfrentar los retos que tienen como migrantes. Mientras estos grupos se fortalecen, comienzan a reflexionar sobre cómo organizar en ambos países por cosas como mejores salarios y justicia, que ellos entienden como el derecho a estar cerca de sus seres queridos, el derecho a tener a la familia junta.
También han comenzado a reconocer sus fortalezas económicas, culturales y políticas. Finalmente, APOFAM cree que es possible organizar translocalmente, entre pueblos y ciudades de origen y destino, de manera que puedan acelerar el acceso a la justicia, oportunidades económicas y derechos, a través de acuerdos comunes y compromisos compartidos.
Días después del evento, uno de los estudiantes de Rutgers-Newark que participó en el evento, reflexionó que ver a las familias reunificarse la hizo cuestionarse “quién puede separar a una madre y a un padre de su joven hija? Si yo ya sabía que el sistema de migración en nuestro país está absolutamente descompuesto, este evento me dio una mejor idea de qué significa eso, y reafirme la idea de que debemos trabajar juntos para cambiar las cosas”.
Un problema constante en el debate migratorio ha sido cómo cambiar la mentalidad de la gente. Como organizadores, maestros y ciudadanos, este evento tocó nuestros corazones. Vemos una transformación potencial.